Cae la noche.
Entonces regresamos a la edad de las
tinieblas,
cuando los monstruos aparecían a poblar de
rugidos la oscuridad.
Sembrando el miedo, regando la tierra con
sangre
y cosechando muerte.
Salen los monstruos a recorrer caminos,
Llegan en carros blindados,
se apostan en las esquinas, portan órdenes de
rabia y fuego.
Huestes de demonios cabalgan en bestias
veloces con aliento de dragones,
Visten con cotos y cascos negros,
Llevan espadas templadas con infamia
y disparan, disparan, disparan,
dicen que son
balas de salva,
pero yo se que están hechas de odio.
El Bosco, desde su caballete,
Recrea una vez más el infierno:
Algunos
tiran troncos y encienden pestilentes hogueras,
quieren cortar caminos y amedrentar a los
demonios,
soldados al servicio de otros.
Profetas despliegan sus mazos de cartas,
También hablan de la noche oscura, de muertes
y resurrecciones.
Los astrólogos no se cansan de mirar al
cielo,
Interpretando los movimientos del carro de
Marte
Y la marcha hacia atrás del dios Mercurio
e invocan, eco sordo, a la estrella del
norte.
Se escuchan coros angélicos,
almas en pena, son las madres y abuelas que
rezan,
Dios las bendiga,
Mientras, una y otra vez dan vueltas a sus rosarios,
desgastando sus cuentas.
También se oye cacerolas vacías,
suenan golpeadas por cucharas,
No hay comida,
porque en el país de Midas, el oro no puede
comprar el maíz y el trigo.
Nuestros ángeles,
de
quienes nosotros deberíamos ser guardianes,
se concentran en las plazas,
los dispersan, se los llevan,
regresan con otras caras.
Pasan la noche a la intemperie, acechados por
las bestias.
No duermen, pero si sueñan, siempre sueñan.
Quisiera ser yo profeta,
Madre que ora, manos que acunan
Médica que sepa coser heridas,
Wicca que conozca pócimas capaces de revivir
a nuestros muertos
y borrar las cicatrices que quedarán de estas
heridas.
Pero sólo puedo hablarles con lógica y
decirles que esto no es eterno,
que mañana siempre llega
Y que yo, como ustedes, tampoco duermo y
también sueño.